jueves, 25 de octubre de 2012
El Zorrillo Enfrascado
El sábado pasado, al llegar al campamento Kikomar encontramos un revuelo
en el lugar. Un pequeño zorrillo tenía la cabeza dentro de un frasco
de vidrio y no podía sacarla. No se sabía con certeza cuanto tiempo
tenía atrapado ahí el pobre animal. Lo que sí era claro es que estaba
exhausto, que era un milagro que todavía respirara, y que el terror de
su situación, más la proximidad de la gente y los perros, estaban a
punto de matarlo.
Es necesario romper el frasco a pedradas, dijo alguien
(afortunadamente no había piedras disponibles). Que uno jale el
frasco, mientras otro agarra al animal, propuso otro. Pero las garras
de casi dos centímetros de largo y ser rociados de la famosa orina,
fueron factores muy persuasivos para no intentarlo. Excuso decir que
todas estas “ayudas” se estaban ofreciendo a prudente distancia.
Ninguno quería involucrarse corriendo algún riesgo.
Se me ocurrió que lo que necesitábamos era arrojarle un trapo grueso o
un plástico para protegernos de su “perfumadas” defensas y de sus
garras, y un palo largo que nos permitiera sacarlo de debajo de las
hojas donde se encontraba y quizás, con él, zafarle el frasco.
El palo no funcionó, pues en nuestra ansiedad por ayudarlo y con el
miedo de que nos atacara, quedó claro que le romperíamos el cuello.
Así que le arrojé una cortina de baño. Inútil, el animal se escapaba,
poniendo su retaguardia en posición de ataque. De pronto unos de los
presentes dijo, y si le pego con el lomo del machete. Era un riesgo,
pero era mejor que dejarlo morir así. Esperando el momento propicio di
la orden. ¡Péguele ahora! . Un golpe seco rompió el frasco
limpiamente y el animal cayó como muerto sobre su costado derecho.
Pasaron como 10 segundos y comenzó a moverse. Estaba obviamente
aturdido pero también aliviado. Le dimos espacio para que se moviera.
Dando traspiés, cayéndose, levantándose, haciendo eses por estar
mareado, andando y desandando el camino, se metió en la selva. Todos
dimos gracias a Dios y nos alegramos por que el zorrillo no se había
asfixiado ni lo habíamos lastimado o tenido que acabar con su vida.
Cuántas veces, pensé, somos como ese zorrillo, y nos metemos en
situaciones que nos ahogan. Nos “enfrascamos” de tal manera que casi
nos matamos a nosotros mismos. Y aunque Dios quiere ayudarnos y nos
manda personas, consejos, ideas, en lugar de cooperar con El y con los
que nos quieren bien, nos ponemos a la defensiva y no vemos el
peligro. Hasta que Dios mismo interviene y nos da un golpe certero que
nos libra de nuestra prisión. No puede ser un golpe gentil, sino uno
preciso, exacto, con experiencia y seguridad. Por supuesto dolerá, a
veces pensaremos que casi nos “morimos”, andaremos medio mareados y
sin un rumbo muy claro por un tiempo, pero al fin de cuentas, con la
ayuda de Dios y su cuidado, encontramos el camino a casa. Sí, la
Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de
dos filos y Dios, en su infinito amor y misericordia, siempre viene a
rescatarnos aunque continuamente nos enfrasquemos como zorrillos.
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